domingo, 15 de marzo de 2009

Cartografía de tu cuerpo

Escribo la palabra cuerpo en Google y me da cincuenta y seis millones setecientos mil resultados en cero coma catorce segundos. Nadie podría haber hallado mayor número de cuerpos en menos tiempo. ¡Vaya con la eficiencia tecnológica! Sí, impresionante, pero de tu cuerpo nada de nada y ese, justamente ese, es el que busco y no da señales de vida entre esos cincuenta y seis millones setecientos mil resultados que la pantalla me muestra.

Me aparto del ordenador, éste no va a ayudarme en mi búsqueda. Tengo la determinación de hallarlo, se encuentre donde se encuentre. No lo dudo un segundo y me equipo hasta las cejas para realizar una expedición a mi memoria. Con tal aventura pretendo completar la cartografía más exhaustiva de la materia que te forma, realizar el viaje alrededor de la geografía de tus formas, determinar la geología del orógeno de tu piel.

Sé que el viaje no será fácil, que habré de sufrir las ventiscas de tú olvido, desniveles infernales a tu ausencia, falta de referencia por el cambio magnético de tu antipresencia. Pero la certeza de lograr el mapa más detallado de tu cuerpo empequeñece cualquier adversidad. He cargado en mi mochila brújula, teodolito, bocetos realizados en las veladas de la vigilia de tu deseo que puedan servirme de guía y un lacónico papel en blanco donde iré trazando torpemente la forma que te identifica.

Quizá no vuelva de tal aventura, pero sé que si llego a mi destino, volveré a ser la sirena diminuta que nada ajena al mundo en el proceloso mar de tu ombligo.


domingo, 1 de marzo de 2009

¡Escribe!


El papel en blanco me mira, con desidia, con tedio. Mi temor se asoma a él azuzado por la falta de confianza y tiemblan mis manos al sujetar la pluma. Estoy a punto de realizar el primer trazo y la blancura de la superficie grita, con un alarido que desgarra la noche. Alejo de nuevo la mano y la zozobra se apodera del espacio que hay entre el papel y yo. Desde atrás, desde el pasado, una voz familiar me susurra: escribe, simplemente sé tú y escribe. Y entonces lo veo claro: a lo que temo no es a la mediocridad de lo que escribo, no. A lo que realmente temo es a ser capaz de salir de la quincalla de presuposiciones, prejuicios y pretensiones, abandonar la almadraba a la que nadé huyendo de mi libertad. Tengo miedo de encontrarme conmigo frente a frente, reconocerme en mis ojos. Enrosco cuidadosamente el cierre de la pluma, la dejo sobre la lacónica superficie del papel en blanco, apago la luz y me voy frente al televisor, resguardándome en el movimiento de las sombras que proyecta sobre la pared y un no pensar me permite evitar llegar a saber quien soy.