jueves, 14 de octubre de 2010

El gran Carnaval - Ace in the Hole



Allá por el año 1951, Billy Wilder dirigió esta película. En ella se representa el circo mediático que surge alrededor del salvamento de un hombre. El infeliz había quedado atrapado en una cueva en la que expoliaba restos arqueológicos, de cuya venta vivía. No sé por qué, estos días he vuelto a acordarme de ella.

domingo, 3 de octubre de 2010

Embajadora espacial



Hace algunos días saltó la noticia de que la ONU había nombrado a una astrofísica embajadora para asuntos extraterrestres. Una interlocutora ante una eventual visita de representantes de otro planeta. A mí este hecho me hizo volver a una infancia de búsqueda de ovnis y peceras convertidas en cascos de astronauta. La noticia explicaba que el descubrimiento en los últimos años de numerosos sistemas planetarios como el solar, permite albergar, cada vez más, esperanzas de que exista vida en uno de ellos. Por eso, se hacía necesaria la figura de un embajador espacial que se encargara de dialogar con posibles futuras exo-visitas.

¡Qué previsora la ONU! Me parecía que este gesto iba en contra de la dinámica habitual del organismo internacional, que suele tomar sus decisiones una vez que ya han sucedido los hechos que las motivan. Pensaba yo: si me lo curro desde hoy, quizá pueda ser una futura embajadora para visitantes extraterrestres. Me imaginaba en plan reina Amidala, flotando en una plataforma en medio de un macroanfiteatro lleno de especímenes de todo tipo. Sonreí e incluso esa noche soñé con un escenario a la altura de las películas de Lucas.

Al día siguiente, la realidad me trajo a este planeta y la lectura del periódico me quitó la ilusión de mi futuro trabajo: todo había sido un bulo que había surgido de un medio de prestigio. Por la noche, me tragué las dos trilogías de La Guerra de las Galaxias y volví a soñar con que iba tocada como la Dama de Elche y que mi hermano se llamaba Luck. Menos mal que nos queda el cine para soñar porque las instituciones internacionales no ayudan nada. En fin.


viernes, 1 de octubre de 2010

Mesones y bariones



La reunión estaba convocada a media mañana. Al llegar, la sala convenientemente reservada todavía estaba ocupada por el grupo que les precedía. Ella se acercó tranquila, con paso suave y le tendió la mano con un apretón firme pero agradable, medido. Él era un comercial al uso, le pareció más un vendedor de fotocopiadoras que el típico freak tecnológico con el que se topaba en casi todas las reuniones de proveedores. La sospecha se cumplió, su palabra era rápida, el verbo oscuro y la mirada equívoca.

Era una reunión que no tenía la menor trascendencia, necesitaba conocer la situación del mercado en cuanto a proveedores de datos cartográficos, rutas, tramos, puntos de interés, viales, distritos, velocidad por tipo de vía, servidores propios, cuatro actualizaciones, SQL, shape. Siempre distinto, siempre lo mismo. Apuntaba, anotaba, con esa letra disciplinada de novicia que no cuajó pero que aprendió la rutina. Interrumpía para llevar el devenir de la conversación a aquellos puntos que quería, que necesitaba conocer: se le hacía eterna e insoportable la verborrea de vendedor de feria que desplegaban ante ella, había algo profundamente desagradable en aquella libidinosa mirada.

En un gesto, en un momento determinado, sin saber por qué, cerró los ojos y sintió nítidamente como sus pies no tacaban el suelo, flotaba y se mecía colgada de unos labios carnosos, húmedos e infinitos que se fundían con los suyos, en un túnel sin tiempo, sin espacio. Simultáneamente, su espalda era acariciada, sabiamente dibujada por unos dedos ligeros, que se multiplicaban, se convertían en fractales juguetones que enredaban su pelo, rozaban sus mejillas, mojaban su cuello...

Abrió los ojos y sintió el tiempo infinito que va de una mirada a un parpadeo. Él había estado allí. Había estado allí y había hecho explotar la rutina, envuelto en un aura de hadrones, formados por la lasciba intimidad de mesones y bariones. Él había estado allí.