martes, 1 de junio de 2010

Hoy he visto a Bernarda Alba


Esta mañana, en la acera soleada en la que vivo, me he cruzado con Bernarda Alba. De luto riguroso, le arrastraba la saya de la decencia y se cubría del calor de un verano que comienza. La sorpresa ha sido completa viéndola descruzar sus manos morenas y apartarse el pelo de una cara surcada por las arrugas del mundo:

- ¿Dónde vas, Bernarda?
- A buscar todo el viento de la calle que durante ocho años desterré de mi casa
- ¿Y tus hijas?
- Todas muertas ...

Mira al suelo, hiriente de luz, contaminante de su luto, y esconde de nuevo sus manos bajo el pañuelo que la cubre, con vergüenza.

En el otro lado de la calle, dos adolescentes que aún no han tenido oportunidad de vivir, se ocultan de arriba a abajo sin dejar ver más que sus manos y su rostro, aún infantil. Un velo que dice apartarlas de su impureza las marca, las excluye, lejos de identificarlas en cultura alguna.

Bernarda, que también ha reparado en ellas, se remanga pudorosa la saya y da media vuelta.

- Me vuelvo a casa, no vaya a ser que se me cuele una brizna de aire.

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