viernes, 18 de junio de 2010

La hora del té en un submarino nuclear



Colecciono estupideces, como quien guarda un tesoro. Las cosas inútiles tienen en mí un especial magnetismo que condiciona toda mi vida. Y, no sólo eso, colecciono momentos y lugares donde las cosas útiles pueden convertirse en algo ridículamente inútil: un paraguas en un cuarto oscuro, la hora del té en un submarino nuclear, el recreo escolar de un cementerio.

Por eso, cuando te conocí supe que estaba ante la posibilidad de una pieza única. Todo apuntaba a ello y yo, emocionada, temblaba. Tras días de aviso, apareciste en aquella estación. Tú habías atravesado un continente procedente de otro. Yo desconocía el día de la semana en el que estaba. Del coche que conducías se bajó alguien con un cansancio por la vida que lo impregnaba todo. Al llegar a casa, uniste la estupidez en espacio y tiempo; todo lo que hasta entonces eran piezas únicas pasaron a tener sentido y perdieron su encanto. Y en el otro lado de la cama, te apoderaste de la inutilidad de mi existencia.

3 comentarios:

Anónimo dijo...
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Miguel dijo...

Hasta las cosas inútiles tienen su razón de ser. Siempre que las reconozcas como lo que son... inúlites, vacías.

Alamut dijo...

¡Qué razón tienes! Todo tiene su razón de ser ... No hay bien sin mal, como que no hay luz sin oscuridad...