
Los grandes sindicatos viven a expensas de las ayudas gubernamentales y monopolizan ámbitos como la formación de trabajadores. Así, en momentos de desempleo, las instituciones aprueban mayores presupuestos para formación y reciclaje de desempleados. Esos presupuestos van en alto porcentaje a los sindicatos, que organizan las acciones formativas. Esto es así sea cual sea el signo político del gobierno central, autonómico o local.
No entro a analizar a los representantes sindicales y liberados que se distribuyen en la mayor parte de las empresas públicas y privadas o entre los funcionarios. Todos hemos conocido alguno y sabemos como viven, aunque mi desconocimiento del tema de manera global me impide opinar con un criterio acertado. Sólo puedo hablar desde mi sensación personal: nunca me he sentido representada por ninguno de los individuos que se suponían defendían mis derechos, pero de los que nunca vi un buen gesto ni una mala palabra.
Ahora, después de muchos meses viendo las filas del paro cada vez más largas, la desesperanza general, el aumento de gente que se muda a casa de los abuelos con los niños porque el banco se ha quedado con el piso, después de mascar un cabreo diario por ver que ni dios hace nada, estos deben sentir que su prestigio está bajo cero y, con el beneplácito de los coleguitas del gobierno, tan políticamente correctos ellos, han decidido que quieren parar el país. Lo hacen con la excusa de la Reforma Laboral, nefasta sí, pero ¿por qué han dejado que las cosas lleguen hasta aquí? La huelga llega después de que dicha reforma se haya aprobado, tras un cambio de cromos con los nacionalistas de turno. ¿Para qué va a servir?
No hay credibilidad, nadie la tiene, ni un gobierno de adolescentes mediocres que no han terminado de formarse y que parece que están jugando a las casitas con el gobierno del lugar donde vivimos, unos sindicatos basados en premisas deciminónicas cuyos representantes viven como grandes ejecutivos, asentados en sus cargos con contratos blindados, una sociedad a la que el estado del bienestar ha narcotizado y que, como sobre el papel el gobierno que hay es de izquierdas, parece carca salir a la calle en masa a chillar su indignación. Recuerdo aquellas manifestaciones multitudinarias del 2003 y 2004, con la derecha sentada en los escaños azules. Ahora me gustaría que alguien tuviera cojones para movilizarse y decir que los señores que se dicen de izquierdas han acabado con las esperanzas de la clase obrera y luchan cada día que están en el gobierno para parecerse a esos señores que están en la oposición o esos que amasan fortunas tras grandes empresas o a sus papás, que muchos de ellos eran altos funcionarios del franquismo, falangistas o demás gentecilla del régimen anterior, al que tanto han apelado en los últimos años para separar a la sociedad española.
Hoy, mucha gente va a hacer huelga. Fundamentalmente porque ya no tienen trabajo, alguno de ellos desde hace ya demasiado tiempo. Hoy, mucha gente no hará huelga, su trabajo es demasiado preciado y las posibles represalias les impiden obrar en conciencia. Hoy, mucha gente no hará huelga, porque no quieren sentirse manipulados. Hoy, mucha gente hará huelga, porque no saben como expresar su frustración por lo que está pasando, porque es su manera de hacerse oír, aunque sea rentabilizada por una pandillita de amigos que lo único que quieren es que no se les termine el negocio.